Qué hubiera hecho Reagan en este caso

Fecha:31/07/11
Fuente: Reportajes
Autor: Juan Manuel Vial

El gobierno y el Congreso no han conseguido llegar a un acuerdo para aumentar el techo de la deuda estadounidense, cosa que Reagan, durante su mandato, que se extendió por dos períodos entre los años 1981 y 1989, consiguió hacer 18 veces.

A principios de este año, cuando se conmemoró el centenario del nacimiento de Ronald Reagan, a nadie se le habría ocurrido pensar que, tan sólo cinco meses después de las celebraciones, la popularidad del ex mandatario republicano alcanzaría las gradas de aquellos que históricamente fueron sus detractores y sus rivales políticos. La admiración de los demócratas por la figura de Reagan quedó entronizada en el dramático discurso que el presidente dio al país el lunes pasado: Barack Obama no tuvo empacho en definir a su antecesor en el cargo como un paradigma de responsabilidad y buen actuar político. Y es muy probable que ni siquiera los homenajes planeados con antelación por los seguidores de Reagan para fortalecer su legado, entre los que se contaron diversas actividades públicas y privadas, algunas amenizadas con pitos y fanfarrias, contribuyesen tanto a la causa como el enamoramiento que la izquierda estadounidense ha demostrado últimamente por él. Los tensos momentos políticos que se viven en este país le han impuesto una página de memoria gloriosa al espectro de Reagan, y, en más de un sentido, su sombra ha vuelto a dejarse ver por los pasillos del poder en Washington. Probablemente exagerando, hay quienes incluso ya hablan de San Ronald en la tienda de la centroizquierda, mientras que otros, en el extremo opuesto, vuelven a mencionar las cualidades de «Ronaldus Maximus», como una forma de poner en evidencia las debilidades de sus propios candidatos a la presidencia.

Los motivos del encandilamiento de los demócratas con la figura de Reagan no son sentimentales, como cabe esperar tratándose del quehacer político: hasta el momento de despachar este artículo, el gobierno y el Congreso no han conseguido llegar a un acuerdo para aumentar el techo de la deuda estadounidense, cosa que Reagan, durante su mandato, que se extendió por dos períodos entre los años 1981 y 1989, consiguió hacer 18 veces. Apremiados por la falta de voluntad que perciben entre sus pares republicanos para lograr un acuerdo al respecto -el plazo para zanjar el tema vence el martes-, los congresistas demócratas lanzaron este mes un anuncio televisivo en el que se le pregunta al espectador «¿qué hubiera hecho Reagan en este caso?». La respuesta viene dada en palabras del propio ex presidente, a través de una alocución radial en la que le imploraba al Congreso aumentar el techo de la deuda: «Los Estados Unidos tienen la responsabilidad especial, consigo mismos y con el mundo, de cumplir sus obligaciones». En caso de no hacerlo, advirtió Reagan décadas atrás, «las tasas de interés se dispararán, la inestabilidad reinará en los mercados financieros y el déficit federal se descontrolará».

En la vida de Reagan hay un hecho curioso que cobra una significación especial en estos momentos: antes de convertirse en el paladín de la derecha universal, antes derrotar a la Unión Soviética -a la que de manera célebre denominó «el imperio del mal«- con aquella famosa carrera espacial, antes de haberles dado cabida en el gobierno a los primeros seguidores del economista Milton Friedman, antes de haber ejercido el cargo de gobernador de California, y antes de haberse convertido en actor, época en la que también ejerció como informante del FBI, antes de todo ello, decíamos, Ronald Reagan fue un convencido militante de izquierda que idolatraba al presidente Franklin Delano Roosevelt. Incluso, durante los peores momentos de la Gran Depresión, pensó en ingresar al Partido Comunista. En 1938 se inscribió en el sindicato de la Liga de Actores Cinematográficos; tras la guerra se unió a las protestas en contra de la proliferación nuclear y siguió siendo un aplicado votante demócrata.

Sin necesidad de torcer en grado alguno los hechos para encontrar otras coincidencias que vuelven a ligar, también esta vez insospechadamente, la biografía de Reagan con la contingencia actual de la política estadounidense, tenemos que el futuro ícono del pensamiento conservador consideraba que la crisis económica de los años 30, tantas veces comparada con la de 2008, fue culpa de los manejos oscuros del mundo corporativo. Como casi todos en ese entonces, el joven Reagan temía una segunda e inminente catástrofe financiera. En 1947 se convirtió en el líder de la Liga de Actores Cinematográficos y ese mismo año se incorporó al movimiento izquierdista fundado, entre otros, por pensadores de la talla de Arthur Schlesinger, John Kenneth Galbraith y Reinhold Niebuhr. «Americanos por la Acción Democrática» tuvo como objetivo combatir la ideología soviética de extrema izquierda. Un año después, involucrado en la campaña presidencial de Harry Truman, Reagan dio un discurso referido al que por aquel entonces era su tema favorito: «Las ganancias de las corporaciones se han doblado, mientras que los sueldos de los trabajadores se han incrementado solamente en un cuarto. En otras palabras, las ganancias han cuadruplicado a los salarios». En 1950, Reagan hizo campaña a favor de Helen Gahagan Douglas en contra de Richard Nixon.

Por esa misma época, Ronald Reagan comenzó a cambiar su forma de pensar. El giro está documentado en una autobiografía que escribió junto al guionista Richard G. Hubler, Where´s the Rest of Me?, algo así como «¿Dónde está el resto de mí?». Un factor decisivo a la hora de asumir una perspectiva diferente a la que hasta ahí defendía, fueron los avances que consiguió el comunismo en el mundillo Hollywood. Por otro lado, según escribió, en los años 50 empezó a ganar más dinero, con lo cual pudo darse cuenta de las altas tasas de impuestos que el gobierno le imponía. En 1966 Ronald Reagan, ya entrado en la cincuentena, se convertía en el líder del movimiento conservador al ganar la elección de gobernador en California. Desde ahí en adelante, una de sus fortalezas máximas, reconocidas inclusive por sus más duros detractores, fue que consiguió comprender bastante bien las necesidades y los temores de los trabajadores, a quienes nunca perdió de vista durante su carrera política.

Conservadores y liberales coinciden en que Reagan fue un hombre pragmático: tanto como gobernador como presidente, siempre consiguió todo tipo de acuerdos con los demócratas. Y eso, en un momento en que la falta de concordancia entre ambos partidos tiene al país al borde de la cesación del pago de la deuda, ha cobrado súbita relevancia, pues piedra de tope en las negociaciones actuales viene a ser una de las principales disputas ideológicas entre ambos partidos: el tema de los impuestos (los republicanos aspiran a bajar los impuestos, mientras que los demócratas claman por subirlos; los republicanos pretenden reducir el gasto del gobierno; los demócratas, el opuesto). Al mismo tiempo que mantenía una retórica conservadora en su calidad de gobernador, Reagan transó varias veces con sus rivales políticos, pues ellos controlaban la legislatura estatal. Y en vez de reducir la carga impositiva de los californianos, Reagan, bastante temprano en su primer período en el cargo, promovió la mayor alza de impuestos en la historia del estado de California.

Como presidente, Reagan también gestionó alzas de impuestos, además de conseguir aumentos sucesivos y significativos en el techo de la deuda, esto es, en la capacidad del país para endeudarse a futuro. Es por ello, y por un par de cositas más, que el Presidente Obama le ha echado el ojo a la figura de Reagan desde hace algún tiempo. Se sabe, por ejemplo, que durante sus vacaciones de verano pasadas Obama leyó la biografía que escribió Lou Cannon, probablemente la más completa que se ha publicado. En 1982, cerca de cumplirse la mitad de su primer mandato, Reagan contaba con una aprobación bastante más baja de la que ostentaba Obama luego de que su partido fuese barrido en las elecciones de noviembre del año pasado. El desempleo también era mayor en ese entonces al de ahora. Dos años después, Reagan fue reelecto. En su libro, Cannon destaca un par de hechos que algunos líderes republicanos actuales parecen olvidar, mismos hechos que, tan oportunamente, los demócratas han salido a recordar con insistencia por estos días: Reagan pasó de promover «recortes de impuestos excesivos, a instaurar alzas impositivas correctivas, disfrazadas de reforma tributaria». Además, agrega el biógrafo, el ex mandatario «envió ocho presupuestos desequilibrados seguidos al Congreso».

Buena parte del encono social y político que se ha generado en torno a la inédita situación actual, en la que, por primera vez en su historia, Estados Unidos está a punto de no cumplir con sus obligaciones de deuda internacional, y mucha de la incapacidad de la clase política estadounidense para zanjar un asunto tan relevante como este, radica en que el próximo es un año de elecciones presidenciales. Obama, lo sabemos, ha estudiado el caso de Reagan con atención, y, en más de un sentido, se ha apropiado de un legado que, hasta el momento, no parece ser exclusivo de los conservadores. En ello, percibe uno, hay un mérito que podríamos llamar de apropiación debida, sobre todo si consideramos el altísimo nivel de intransigencia que se respira en Washington por estos días.

En la vereda opuesta, en especial por el ala derecha del partido republicano, hay quienes se quejan de que los actuales candidatos a la presidencia de ese colectivo no tienen la prestancia ni la decisión que demostró Reagan en momentos clave. En un artículo publicado este mes en The American Spectator, Jeffery Lord, quien fuera colaborador cercano del ex mandatario, arguye que su figura ha ido siendo paulatina e intencionadamente ablandada, despojándola del arrojo temerario que, en su opinión, lo llevó a conseguir sus más vistosos logros políticos. Según Lord, el nuevo Ronald Reagan, el Ronald Reagan dulcificado por ciertos miembros de su partido -el autor cita como cómplices en esta tendencia a dos de los candidatos a la nominación presidencial republicana, Mitt Romney y Jon Huntsman-, el Reagan de cartón piedra, por así llamarlo, sería hoy por hoy demasiado educado para haber dicho algo como lo que dijo en la campaña presidencial de 1980: «Que quede escrito que cuando el pueblo estadounidense clamó por ayuda económica, Jimmy Carter se refugió detrás de un diccionario. Y, bueno, si una definición es lo que él quiere, se la daré. Una recesión es cuando tu vecino pierde su trabajo. Una depresión es cuando tú pierdes el tuyo. Recuperación es cuando Jimmy Carter pierde el suyo».

En días como los que corren, Ronald Reagan es el santo ambivalente más popular de Washington; a él, en este mismísimo instante, le rezan, le rinden culto y se encomiendan fieles que provienen de tiendas ideológicas opuestas, aunque, paradójicamente, quienes hasta el momento han demostrado una menor devoción por su palabra son sus propios correligionarios. Y es por ello, por haberla desoído, que habrán de pagar. Reagan anhelaba ver un partido republicano «pintado en colores vivos, no en tonos pastel», pero, hasta ahora, todo indica que Obama vence a cualquier candidato rival en las elecciones del próximo año. Es tal vez por ello, proponen algunos, que la oposición republicana, consciente de que no obtendrá la presidencia, se ha propuesto hostilizar al máximo al actual mandatario, llegando en tal afán incluso a poner en riesgo la estabilidad económica del país y de buena parte del mundo. Y esto es algo que, con certeza, el viejo Ronald jamás hubiese permitido.

Acerca de Ocktopus

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